CAPITULO X
Con aire maravillado, Darrel empuñó en la mano la pistola que se le ofrecía. La masa de loS perseguidores se aproximaba nuevamente. Ya le tenían nuevamente localizado. Se oyó el ruido de varias pistolas amartilladas, listas para hacer fuego y enseguida un par de disparos, surgieron iluminando el contorno y aniquilando al paso de su llamarada potente de color azulado, la vegetación y las frondas existentes alrededor del lugar en que Kain y la joven esclava estaban acurrucados.
—¡Dispara! —ordenó nuevamente la voz en su cerebro—. ¡Dispara y lucha contra ellos con el arma y con tu mente!
Kain se incorporó, en un heroico impulso, venciendo su completo agotamiento, amartilló el mecanismo de la pistola, con un salvaje ímpetu, y mientras dejaba sueltos de nuevo sus bloques mentales, disparó con la potente arma hacia la masa de sus enemigos, estableciendo simultáneamente una barrera mental contra ellos. La policía y los cresnianos se encontraron súbitamente detenidos y confusos, como paralizados frente a un muro invisible. Kain continuó cargando y deparando su arma con desesperada furia, aunque sabía que aquella lucha no podría continuar indefinidamente, a pesar de la carnicería que producía con sus disparos y el efecto paralizante de su barrera mental. La joven mutante que había aparecido milagrosamente a su lado, unía con la suya, su mente supernormal, en el bombardeo mental en que tenía sujeto a sus enemigos.
Ambos dominaron la situación. Los cresnianos y los policías parecieron dislocados y desmoralizados ante la barrera de aquel poder invisible, además del poder destructor del arma que Kain manejaba con furia. Se disolvieron y se agazaparon en los alrededores, pareciendo que sus propósitos coordinados, habían dejado por el momento de tener eficacia.
La joven urgió de nuevo en la mente de Kain con otro mensaje mental:
—¡Ahora, corre! —ordenó autoritariamente—. ¡Corre rápidamente, por este camino, antes de que se congreguen de nuevo! ¡Tenemos que salir del Límite! ¡Vamos!
La chica se encaminó corriendo delante de Kain, dejando atrás la mole enorme del viejo navío espacial luchando contra la desventaja de tener que arrastrar aquel cruel anillo de hierro, que como signo de esclavitud, llevaba en el tobillo izquierdo. Kain la siguió ciegamente. Corriendo alocadamente, uno junto a otro, entre los navíos espaciales, a lo largo de la estrecha faja de terreno firme que corría entre aquellos antiguos ingenios siderales.
Su agotamiento le tenía acabado y el recuerdo de la muerte de Targil, su heroico aliado, le entristeció infinitamente. Toda aquella desgraciada aventura había terminado en un final brutal y sangriento... y todo había sido para nada. Ya no podría obtenerse las preciosas planchas de metal, con las que reparar la nave tumbada allá lejos sobre el borde del bosque, ni seguramente le quedarían posibilidades de escapar con vida de aquella monstruosa ratonera. Y en su mente agotada por tanto esfuerzo, una pregunta tras otra caía, para torturarle más.
¿Cómo podrían él y Karla escapar de aquel planeta traidor con la nave espacial, tan seriamente dañada?
¿Dónde estaba Karla? ¿La habría capturado la policía? ¿Estaría muerta? Y ¿qué sucedería con aquella chica esclava del Palacio de la Alianza? ¿Cómo es que había conseguido llegar hasta allí? Ella también era una mutante y desde luego, 3o había arriesgado todo para salvar su vida; pero Kain lo desconocía todo con respecto a ella e incluso el motivo por el cual, ella imponía su voluntad con tan calmosa confianza.
—¡Primero correr y huir de aquí! ¡Después vendrán las preguntas —siguió diciéndole la voz telepática de la joven esclava, como si hubiera leído sus pensamientos. Aquello le recordaba a Karla, la primera vez que había sabido leer la interioridad de su mente. Esta chica, también, había leído sus pensamientos. Era un libro abierto para ella. Kain fue a cerrar sus bloques mentales, contra el poder supernormal de la joven; pero la chica cortó tal decisión, enviándole de nuevo una aguda advertencia:
—¡No! ¡Permanece abierto para mí! ¡Esta es la peor parte del Límite! Yo he venido sola antes y conozco cómo es. Estamos cerca del centro de este horrible lugar y ambos nos hallamos agotados. Nos necesitamos mutuamente, mental y físicamente, para luchar contra esta enorme dificultad... ¡Consérvate abierto mentalmente para mí ! •
Los dos continuaban corriendo, tropezando con mil obstáculos rodeados siempre por la vegetación, el barro, la niebla y la irreal semiluminación fosforescente de aquella marisma do pesadilla. Sin embargo, entonces el terreno parecía más sólido bajo sus pies. Como dos enanos de los bosques, en comparación con las imponentes moles de los viejos navíos espaciales, cuyos morros se perdían por encima de la niebla, sobre los copudos árboles de aquel bosque maldito, continuaron siempre hacia adelante. El terreno iba ofreciendo un apoyo más seguro pero en cambio, había algo en el ambiente, un extraño olor sulfuroso, que dio a Kain una ligera idea de hallarse junto a las puertas del infierno, ligeramente entreabiertas.
El vaho sulfuroso cobró más fuerza a medida que avanzaban; parecía que cerca de ellos existía un lugar burbujeante, como un hervidero, como bajo sus pies, y con todo, más que un burbujeo, se asemejaba más a una risa sardónica.
¡El Límite se burlaba de ellos!
Era un sonido frío de burla, una fría burla de anticipación. La anticipación de su muerte. Sí, morirían aquí, en aquel fantasmagórico lugar de cosas aún no completamente formadas, no vistas por completo; pero que existían, desde luego, entre Ja niebla y las sombras...
Kain llegó a la conclusión de que aquello, c a la suma y la totalidad de lo que se escondía bajo la pintada faz de Cresna. ¡Aquel maldito lugar donde todo parecía aguardar, acechar, incubar un peligro mortal y que se burlaba con risa sardónica de la pareja que corría por su superficie!
Se encontraban como una insignificante pareja que luchaba, agotadora hasta lo último contra lo que parecía imposible. ¿Cómo podrían triunfar sobre aquello? El Límite ya había destruido y vencido cosas mucho más grandes: había derrotado a toda una flota de naves del espacio y devorado un regimiento de viajeros del vacío cósmico.
De nuevo, el gusano secreto del fracaso y la completa derrota, comenzó a hurgar en el cerebro de Kain. ¿Para qué servirla seguir corriendo o seguir luchando?
¿A dónde irían? ¿Dónde estaba el punto a que pudieran dirigirse, en el caso improbable de salir de aquel infierno? Ya no tendrían las planchas, tan desesperadamente necesitadas y no quedaba la más pequeña esperanza de abandonar a Cresna en una nave del espacio. Ninguna esperanza de intentar volver a las inmensidades de La Vorágine, con la preciosa fórmula del vuelo en la dimensión curva, en el continuo espacio-tiempo. Todo terminaba en la negación absoluta, era la derrota... la derrota... la total derrota...
La más miserable derrota.
—¡No! ¡Sigue luchando! —ordenó perentoriamente la voz telepática dentro de su cerebro, como una luz poderosa.
Vio la sudorosa y agotadora faz de la joven que corría a su lado, volverse hacia él. Veía como se movían sus labios; pero no podía oír las palabras que pronunciaba, a causa del ruido, cada vez mayor, producido por aquella burbujeante risa sardónica que parecía emanar de todos los puntos de la espantosa marisma. El ruido aumentaba de intensidad, mientras que los vapores sulfurosos les hería los ojos y les quemaba la garganta.
—¡Es el Límite que sugiere estas cosas! —continuó la chica con su mensaje telepático—. ¡Es una cosa viva y está luchando contra nosotros! ¡Nos encontramos cerca de su centro; pero pronto nos hallaremos fuera de lo peor de su influencia! ¡Sigue luchando y sigue corriendo!
Kain sintió una nueva energía crecer en su voluntad, por el mensaje alentador de la joven y trató de poner una barrera, con sus poderes mentales supernormales, a la misteriosa influencia del Límite. Le pareció que el Límite reaccionaba con un temblor convulsivo y un rugido sordo.
Sus piernas, actuaban como pistones de una máquina sometida a toda presión, y con un brazo rodeó los hombros de la joven, sosteniéndola ligeramente, en su ciega carrera hacia lo desconocido. Se despojó del vestido monacal que amenazaba pisarse y hacerle caer por tierra a cada momento, preparando sus defensas mentales contra el espíritu maligno del Límite, mientras continuaba corriendo. La joven estaba haciendo igual que él.
El Límite, aquella masa biológicamente viviente, que era de algún modo el centro de algo que se creaba y se destruía, pareció comprender de alguna manera la postura mental de los fugitivos y reaccionó violentamente contra ellos. Sintieron otra poderosa y más fuerte sacudida como un terremoto bajo sus pies, sintiendo de nuevo aquella especie de ruido horrible pareciendo a una carcajada sardónica de un tremendo fantasma, aumentando la potencia de los vapores sulfurosos y fétidos contra sus rostros.
Y repentinamente el terreno empezó a sacudirse furiosamente. A su visión apareció un cuadro pintado por un pintor enloquecido. Las nieblas de la marisma habían desaparecido y se encontraron corriendo a través de una llanura surrealista, lisa arrasada por el calor y que parecía no tener fin. Unos enormes navíos del espacio con sus grandes estructuras desgarradas y brillantes, aparecían bailando una danza fantástica y sobrenatural frente a ellos surgían a sus lados corriendo como si les acompañasen en su loca carrera, interponiéndose a su paso como si quisieran colocar una barrera de hierro entre Kain y la joven y las frías y solitarias estrellas brillando y flotando en el cielo rojizo que se extendía sobre la llanura sin límites,
Kain estaba al límite de sus fuerzas, y apenas pudo oír el nuevo mensaje telepático de la joven: —¡Continúa corriendo!... ¡lucha contra esto!... todo es una ilusión... El límite está produciendo este sueño... continúa...
El mensaje terminó y Kain pudo comprobar que la joven continuaba corriendo a su lado, heroicamente, atenazada por el dolor y el cansancio; pero con bravura. El cielo enrojeció súbitamente, como si hubiesen encendido en él un millar de hogueras. Los enormes navíos del espacio se constituyeron en una barrera maciza a través del sendero que seguían, y parecían bailar, contorsionarse, amenazarles con abatirse contra ellos y aplastarlos como 'gusanos. Las grietas del metal de sus estructuras se tornaron en monstruosas bocas metálicas armadas con afilados dientes de acero. Las profundas cicatrices iónicas de la chapa se transformaban en enormes ojos parpadeantes. Los navíos se transformaron en grandes monstruos prehistóricos, salidos de la más espantosa pesadilla, en terribles bestias fabricadas de metal. Bloqueando el paso de la pareja fugitiva, los monstruos se erguían y doblaban sobre ellos, como si quisieran aplastarlos. Se multiplicaron por docenas.
Retorciéndose en espirales gigantescas, parecían que iban a alcanzar el cielo obscuro y frío, tachonado de brillantes estrellas rojas, para descender haciendo horribles muecas con sus ojos irreales. Ellos y las enormes llamas, parecían cubrir las estrellas, aquellas estrellas que nunca volverían a alcanzar jamás... —Y de repente, unos proyectiles metálicos empezaron a entrecruzarse en el cielo en una horrísona tormenta, como en una enloquecedora guerra termonuclear. Las llamas se mezclaban por entre todas aquellas bestias metálicas de pesadilla. El suelo, entonces, parecía en calma, ya no se observaba sino la grotesca y sobrenatural danza de aquellos horrores metálicos, las grandes llamaradas y los fragmentos de metal ardiente, lanzados de tiempo en tiempo, por las horribles bocas de los monstruos...
—Es un sueño... ¡Todo es una pesadilla...! ¡Continúa corriendo! —Volvió a comunicar telepáticamente la chica—, ¡No dejes de correr! ¡No hagas el menor caso! No es realidad... es un sueño irreal...
Luchando sobrehumanamente por mantener la respiración, continuaron su carrera.
Aquel misterioso gusano, intentaba corroer el cerebro de Kain, una vez más.
—«Estás derrotado... —sugería la misteriosa influencia del Límite—, es totalmente inevitable... ¿Cómo podrás luchar con monstruos de acero? ¿Cómo podrás salir fuera de este planeta, cuando el cielo es un caos de llamas y de proyectiles mortales? ¿Cómo podréis sobrevivir? Mejor será que os dejéis morir sobre esta llanura... La derrota es inevitable...»
Derrota... derrota... derrota...
Aquello se hizo un eco monótono y se volvió en canción martilleante de su cerebro, donde empezó a hacer mella. Comenzó a volverle loco con su incesante repetición y a hipnotizarle.
Empezó a vacilar, y a sentirse las piernas como sacos de tierra. Sintió como toda su energía partía de su cuerpo deshecho y su espíritu agotado. Soltó la mano con la que sostenía los hombros de la chica, vio que el suelo venía a su encuentro y se sintió definitivamente acabado, a punto de desplomarse por la caótica furia de la tormenta que estallaba en el interior de su cabeza.
Surgió otra débil protesta; pero fanática de ardiente voluntad, procedente de la joven, telepáticamente de nuevo, en la mente de Kain, y éste pudo comprobar que ella trataba de empujarle hacia adelante, con la faz desencajada y con los labios formando palabras, que Kain no pudo oír. Estaba batido por el Límite. Kain se vio de rodillas, con la voluntad de luchar y de huir, totalmente agotada.
¿Cómo podría luchar con monstruos de metal y contra un cielo que hacía llover la muerte?
Con la fatal aceptación de la derrota, la pesadilla que le rodeaba, se hizo más ostensible y más terrorífica. Trozos de metal ardiente surcaban el cielo, los monstruos con formas de navíos del espacio, se multiplicaban más y más, reculando y echándose sobre él, anonadándole en su inmensa pequeñez, casi amenazándole de cerca con aplastarle. Kain oyó la risa sardónica del gorgoteo del Límite en voz alta y clara. Entre rumas, observó que la joven esclava, también estaba derrotada. La vio a su lado y su visión se obscureció.
El Límite seguía carcajeándose:
—¡La derrota! ¡Es inevitable!
La negrura empezó a invadirle totalmente, una turbulenta negrura viva con sonidos irreales y fantásticos, a los que se añadían los vapores sulfurosos de las puertas de un infierno.
Y entonces, repentina e imperativamente, un tintineante desafío sonó en su cerebro:
—¡Kain! No se deje usted abatir! ¡Kain, levántese y corra! ¡Todo es una ilusión! ¡Vamos, huya!
Kain abrió los ojos. Vio a los monstruos metálicos creciendo y retorciéndose a lo lejos, difuminándose como objetos de humo, observó las llamaradas furiosas en el cielo, tras los monstruos en disolución y volvió a ver las estrellas, brillando en el espacio aterciopelado y, contra el dosel de estrellas del espacio cósmico, haciéndose real y materializándose, la figura de una bellísima mujer: ¡ KARLA!
Karla, emergía en el lejano horizonte. Sí, era Karla, con su torrente de dorados cabellos, formando espirales sobre su cabeza, haciendo una amplísima red, en la cual las estrellas quedaban prisioneras, unas estrellas amigas. Ellas y Karla aparecían deseables... ¡y hasta accesibles!
Kain sintió una nueva inyección de energía sobrehumana y comprendió que tendría que escapar a la garra del Límite, que tenía que batallar en dirección al visible fantasma de Karla, y que era ella con su tremendo poder telepático, la que llegaba ahora claramente a las más ocultas regiones de su cerebro:
—¡Por aquí, Kain! ¡Continúen dirigiéndose hacia mí! ¡Ustedes dos concentren su esfuerzo en alcanzarme y no hagan el menor caso de los sueños que les rodean!
Kain se sintió impulsado por una nueva energía. Miró al suelo y contempló a la joven esclava desmayada y exhausta, que levantaba la cabeza y contemplaba fascinada la gigantesca figura del horizonte lejano, de la bella mutante de primer grado. Para ella, también, la imagen de Karla fue como un exorcismo contra los horribles monstruos surgidos en el sueño irreal producido por el Límite.
Al incorporarse la joven, Kain observó por primera vez que el anillo de hierro, que como señal de esclavitud llevaba la chica en el pie izquierdo, había herido gravemente el tobillo, en aquella marcha espantosa a través de la marisma, descarnándole la pierna, e incapacitándole para poder dar un nuevo paso.
—¡Kain, Kain, no se demore! —tronó nuevamente Karla dentro de su mente.
Con la nueva fuerza hallada entonces, se dirigió hacia adelante, empezando a sentir moverse el terreno y a despertar la misteriosa fuerza oculta del Límite que no cejaba en su empeño de destruirles. Pero allí estaba la imagen de Karla, como un faro lejano, encantadora y deseable. Tornó á la esclava en sus brazos y continuó su penosa marcha hacia la imagen lejana de Karla Morton.
Sus piernas le fallaban, la chica no era más que un peso muerto, con los brazos colgando. Fue una carrera tratando de escapar a la endemoniada influencia de aquel horrible lugar. El Límite luchaba, tratando de atenazarles, destruirles, clavarles sus, garras y engullirles entre su masa viviente. Pero Kain se dirigía hacia adelante, fanáticamente, y lanzó su mensaje telepático hacia la bella joven mutante que les esperaba:
—¡Allá vamos, Karla!
Despacio primero, desasiéndose de la garra del Límite y consiguiendo alguna velocidad algo más tarde, soportando el peso de la chica y en dirección al fantasma viviente de Karla, que había destruido la fascinación embrujadora y maligna del Límite, Kain continuó su marcha. Constantemente sentía las punzadas interferentes en el cerebro, de aquel mortal enemigo; pero Kain entonces ya se sentía libre de la maldita influencia del Límite y sabía a qué atenerse. Cada paso, le llevaba más lejos, hacia la salvación, fuera del poder de aquel infierno cenagoso y le cercaba más a la proyectada visión de Karla, que les urgía constantemente, dándole aliento;
—¡Bien! ¡Adelante! ¡Ya está usted libre... siga marchando!
Karla era algo que valía la pena de ser ganado, un objetivo digno de conquistarse y Kain sintió que todo su cuerpo, joven y vigoroso, se dirigía hacia ella, poniendo cada onza de su energía en conseguirlo. Sintió un último y misterioso rugido del Límite y tuvo la impresión, de que acababa de abandonarlo para siempre. Su camino estaba ahora abierto, libre y sin dificultades. Tenía los pies encenagados y aún pisaba sobre malezas y materiales pútridos; pero ya podía sortearlos mejor. Aquello era, valiendo la expresión, el límite del Límite. Ahora sentía una corriente fresca de aire limpio y puro que le animaba a continuar siempre hacia adelante.
Apareció por oriente un amanecer glorioso, con el disco de la estrella Deeva inundando el cielo de una luz rojo naranja y la imagen de Karla, allá ante su vista, donde la aurora ponía un fulgor brillante en la suave sombra de los árboles en el borde de la ciénaga, se disolvía suavemente en la luz del amanecer.
—Lo ha conseguido usted, Kain —le transmitió Karla telepáticamente—. La chica tiene un plan. ¡Escúchela!
Desfallecido, sosteniendo a la joven esclava en sus brazos, arrastrando los pies y luchando por respirar afanosamente, Darrel Kain, puso por fin los pies fuera del borde de la monstruosa ciénaga. Un agudo sabor a sal se percibió en el aire puro de la mañana trayendo a los pulmones de Kain una sensación de plenitud vital, bajo el tinte rojizo de aquel radiante amanecer.
Kain sintió de nuevo cómo le asaltaban multitud de pensamientos en relación con su situación. Aquella trágica aventura había terminado con la. muerte y el fracaso. La muerte del heroico Targil y la ruin traición de los Señores de Valdaruk. Y la nave estelar yacería abandonada y rota en su lejana franja arenosa. Pero con todo, la aventura les había proporcionado un misterioso y nuevo aliado, en la persona de aquella joven esclava de cabellos obscuros y piel blanca, del Palacio de la, Alianza. Con ella, habían sido capaces de vencer las mortales asechanzas del Límite.
Aquello constituía una fuerte esperanza, un firme incentivo. ¡Entre los tres podrían desafiar mejor al Nuevo Imperio!